La Familia es AMOR

La familia es amor, gritaba en una ocasión Mafalda. Partiendo de esta sencilla premisa, los modelos constructivos de familia pierden importancia porque lo realmente clave es el cemento que une a los ladrillos. La sociología nos presenta múltiples de estos modelos familiares. Existe la familia extensa compuesta por varias parejas emparentadas y su descendencia; la familia nuclear que se circunscribe a un par de cónyuges con sus hijos; las familias monoparentales en los casos en los que la pareja se rompe; las familias ensambladas fruto de la unión de pedazos de dos familias monoparentales. 

Sin embargo, en la actualidad asistimos a la descomposición del esquema búrgues por excelencia, la familia nuclear. Ese modelo que encorseta a la familia en unos determinados parámetros beneficiosos para el Mercado: si la unidad familiar es pequeña podrá moverse mejor por el territorio y no necesitará una situación laboral estable, en estas unidades reducidas la frecuente falta de cariño ante la desconexión con los demás familiares nos vuelve seres más consumistas, y otros ejemplos. La doctora Leticia Fiorinni explica esta crisis de modelo en que esto puede ser debido a que “las transformaciones de las familias actuales, la caída del pater familias, la deconstrucción de la maternidad, así como el auge de las nuevas técnicas reproductivas, al poner en cuestión que la unión hombre-mujer sea un elemento esencial para la procreación, desafían el concepto de parentalidad tradicional” Esto permite la creación de familias diferentes a las imperantes. Son el caso de las familias multiculturales, en las cuales encontramos diversas etnias presentes gracias a matrimonios interraciales o a adopciones internacionales gracias a los avances legales en dichas materias; y de las familias homoparentales, fruto de parejas LGTB que han logrado por inseminación o adopción tener descendencia tras décadas de lucha por sus derechos. 

La ruptura de los tabúes y la caída del ideal nobiliario de familia (la pureza de sangre) y la hipocresía burguesa (el uso interesado de la familia como pantalla social de estabilidad y respetabilidad) permiten la liberalización de la familia al estar esta libre de cargas externas. La consanguinidad ya no es un elemento imprescindible para la creación de un núcleo familiar, sino lo que realmente importa (y ha importando en el fondo siempre desde el inicio de los tiempos): la convivencia. Con esto no pretendo negar la función de colchón social que poseen las estructuras familiares, pero sin el correspondiente respeto y empatía entre sus elementos constituyentes, esta se descompone tarde o temprano ahora que la ausencia del corsé moral burgués permite su flexibilización (divorcio, adopción,etc). 

Por tanto, concluimos como empezamos. La familia es la base de la sociedad y por consiguiente atiende una serie de aspectos fundamentales: soporte económico y desarrollo personal de sus miembros, educación de las nuevas generaciones. Pero para cumplir satisfactoriamente esas tareas, se necesita sobre todo de amor. Por lo que la familia es y debe ser amor. Y no política o religión.

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