
Los propios noticiarios televisivos se convierten en ocasiones en macabros resúmenes de estas jornadas, estando a rebosar de asesinatos, secuestros, guerras, enfermedades, recortes de los derechos, mentiras, escándalos y luchas políticas y sociales de todo color.
Y en medio de esta vorágine cotidiada siempre se suelen intercalar algunos instantes de pura y auténtica felicidad, que por escasos, no son menos intensos. Ya lo dijo Descártes, aquello que es bueno es siempre más perfecto que lo malo. Os hablo de una mirada o una sonrisa de ese alguien especial, una reunión de amigos, un beso de ensueño, un baile simpático con una madre, y un largo etcétera.
Y son esos momentos, esos flashes de felicidad, por su magia y su encanto, los que realmente se guardan en nuestra memoria. Los otros, por su condición de existencia cotidiana y rutinaria, se esfuman volando de nuestra memoria. Los buenos, por su profundidad y escasez, permanecen y perduran, grabados a fuego en la piedra del recuerdo.
Por supuesto, hay excepciones que confirman esta máxima vital. El entierro de un ser querido, una lágrima en soledad, un corazón goteante y herido, una duda existencial y una vez más un largo etcétera. Son detalles que, por mucho que duelan y el tiempo transcurra, no se borran. Pero son eso, una excepción. Sino probad y haced memoria. ¿A qué recordáis imnumerables momentos con los compañeros, con los amigos, con la familia, con el amor? Yo particularmente, tengo de privilegio de poder contestar que sí.

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