En julio nos abandonaba para siempre la Reina del Soul, la voz negra en mujer blanca, Amy Winehouse, una artista renovadora y valiente, de atrevidos peinados y escandalosa vida, cuyo breve paso por este mundo no ha dejado indiferente a nadie y ha fascinado a muchos.
Se apagaba el 23 de julio una voz mágina y única, muy superior a la de sus rivales, que la coronaría como Reina de su género y referente de toda la música de todo el mundo.
Sus fans estabamos acostumbrados a vivir con el corazón en vilo con Amy, constantemente
entrando y saliendo de juzgados y centros de rehabilitación y sin embargo, la noticia ha sido un repentino mazazo que todos nos oliamos pero ninguno quiso ver.
Pero todas las señales, por invisibles que nos parecieran en su momento, señalaban al mismo punto: la mala influencia de su pareja, sus problemas con la drogadicción desde 2005, sus reiteradas cancelaciones de conciertos y shows y sus numeritos en público para delicia del sensacionalismo británico e internacional indicaban que el tren de vida de Amy estaba a punto de descarrilar, como desgraciada y finalmente así fue.
Sin embargo, incluso para morir, Amy Winehouse ha sido espectacular. Fallecía con 27 años, pasando a englosar la lista del afamado club de los 27, compuesto por los artistas que por su drogodependencia despedían la vida y el escenario a esa edad. Hablamos de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Jim Morrison o Brian Jones entre muchos otros, la mayoría anglosajones aunque también encontramos a una española, la cantautora de los años 70 Cecilia, aunque su muerte fue a causa de un accidente de tráfico y no de ninguna sobredosis.
A pesar de las estaciones oscuras que nos ha hecho presenciar Amy Winehouse, el tren de la artista también ha dado para muchísimas luces. Su viaje comienza en un humilde barrio de Londres, educada por un taxista y una farmacéutica. Fue de su padre de quien adquirió la aficción por la música y por cantar, alcanzando esta tal grado que abría sus cuerdas vocales a todas horas, incluso en clase, para placer de sus compañeros y desgracia de sus maestros.
Lo que empezó como una aficción pronto arraigó en una profesión y una forma de vida. Sus padres, felices de ello, le regalaron a los trece años su primera guitarra y con catorce la británica comenzó a componer. Con éste bagaje en la mochila, una adolescente Amy trabajaría poco después en pubs londinenses actuando en solitario, actuaciones que pronto la lanzarían al estrellato cuando su amigo y cantante Tyler James le entregó una de sus demos a un productor de una discográfica. Cuando firmó su primer contrato Amy tenía diesiceis años.
La calidad de su voz y el esfuerzo de la artista hicieron que su debut estuviese listo para lanzarse al mundo en un tiempo récord. En el otoño de 2003 salía Frank, llamado así por Sinatra su gran ídolo desde pequeña, con fuertes influencias de jazz. Para la artista supuso todo un subidón, pues en el disco no sólo exponía su voz sino también sus letras. Y la jugada salió redonda. Los críticos compararon su voz con grandes artistas negras y el álbum se convirtió en disco de platino en Reino Unido, por no hablar de los premios y nominaciones.
El tren de Amy había ascendido rapidamente y las vías por las que caminaba parecían de plata y éxito. Desgraciadamente la joven artista pareció atragantarse con la fama, y un piso en el bohemio barrio londinense de Camdem sumado a nuevos círculos algo disolutos la abrumarían y la conducirían por estaciones lúgubres.
A pesar de esto, en 2006, el lanzamiento de su segundo disco, Back to black, la terminó de catapultar al estrellato, exponíendola más que nunca ante los medios. Las letras de su música se ennegrecieron a la vez que su fuerza y sinceridad alcanzaron cotas nunca vistas. Esto le valió cinco Grammys y tres discos de platino en su tierra natal.
Amy en 2003, con un aspecto fantástico y muy saludable. |
De las estaciones luminosas, poco más hay que contar, aparte de los hechos de que su voz contralta, su moño colmena y sus tatuajes nos mostraban a una mujer auténtica, valiente, del pueblo, que logró enamorarnos y fascinarnos a muchos.
Para saber más detalles de las oscuras y sórdidas, buscad a un periodista rosa, yo tan sólo soy un humilde aprendiz gris, por si deseáis ponerme color.
Como broche casi final, dejo una reflexión. A Amy Winehouse le debemos reconocer que, a pesar de su tren de vida y sus múltiples locuras, sus canciones tenían una profundidad psicológica y sentimental poco frecuentes en las composiciones actuales y que la sinceridad de sus mensajes emocionaban y conmovían a cualquiera.
La melancolía y tristeza puesta en escena en los conciertos de la Reina del Soul nos demuestra las tropiezos de su vida, las penurias que se escondían tras la fachada de famosa adicta. Quizás, aunque eso nunca lo sabremos, en el transfondo de su música se escondiese autocompasión y una leve disculpa hacia sus seres queridos y sus admiradores.
Y por duro que sea, quizás haya que plantearse que Amy no habría alcanzado tales cotas de fama (porque éxito, lo que se dice éxito, tan solo tuvo su música, no ella) sin el tormento de las drogas, que hicieron de sus canciones un relato sincero de una vida atormentada por monstruos propios e interiores. Y dicho sea paso, también le proporcionaron una jugosa publicidad gratuita pues en ésta nuestra sociedad, lo putrefacto sobresale y saca cabeza a lo digno.
Un último detalle. En muchas de sus canciones, Amy hablaba de lágrimas secas. Hoy, su muerte nos humedece los ojos, las lágrimas brotan de nuevo y no se secarán jamás pues permanecerán frescas mientras lo haga nuestra memoria, y su voz petrificada en sus canciones se encargará de que siempre recordemos a la Reina. Larga vida a la memoria de la Reina del Soul. Adiós Amy, de corazón.
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