Ayer, Sevilla era escenario del encontronazo entre fascistas y antifascistas. Como muy bien ilustró Contrafoto21 en twitter, volvíamos a otros tiempos. Y allí estaba yo, cámara en mano, para dar fe de aquellos hechos como buen secretario, que es todo periodista, de la realidad.
Fueron muchas las sensaciones, pero el miedo estaba presente en todas ellas. Temor a que algún policía rebotado arremetiese contra la prensa (y más de uno tuvo que gritar su condición para evitar males mayores). Ansiedad de ver las fuerzas neonazis frente a frente y que su ira se descargase sobre nosotros. Frustración de no estar a la altura como comunicador de todo lo que estaba presenciando. Pero sobre todo, preocupación por mis compañeros. Los luchadores antifascistas que corrieron por las calles céntricas de Sevilla para evidenciar el rechazo a la presencia del fascismo en nuestras aulas y nuestras calles.
Miedo que se traducía en corazón acelerado y cabeza dolorida.
Cuando se produjo la primera carga, en Avenida de la Constitución entrando en Plaza Nueva y oí los disparos de pelotas de goma, una punzada me recorrió la cabeza, como si sintiese el dolor ajeno de la persona a la que le dieron (que finalmente no fue nadie). En las Setas, cuando pensé que todo había acabado para mi aquel día, acorralado como estaba entre vallas y con dos cámaras a cuestas que me impedían saltar, alguien las derribó. Pasé toda la noche recibiendo llamadas y mensajes de compañeros preocupándose por mi, pues mi culo inquieto (quizás imprudente) me impedía quedarme en la seguridad del grupo para separarme e ir en busca de los puntos más conflictivos. Todas ellas representan pequeñas conexiones, muestras de solidaridad espontánea. A pesar de estar en riesgo de detención o peligrar nuestra integridad física, eso no hizo quebrar al grupo. Muchos miraron atrás para dar la mano a un amigo o compañero y ayudarle a continuar.
Correr delante (y detrás) de los azules, huyendo a la par que denunciando la brutalidad policial, me ha recordado a cuando mi madre corría delante de los grises. De vuelta a otros tiempos...